Si creemos que Dios nos perdona porque sentimos dolor por nuestros pecados, pisoteamos la sangre del Hijo de Dios. La muerte de Jesucristo es la única razón para que Dios perdone los pecados, y para la insondable profundidad que hay en el hecho de que no los recuerda. El arrepentimiento es solamente el resultado de nuestra comprensión personal de la expiación que Él llevó a cabo por nosotros.
"... Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención", 1Co_1:30. Cuando entendemos que Él se hizo todo esto por nosotros, entonces comenzamos a disfrutar del gozo ilimitado de Dios. Dondequiera que no esté presente su gozo, está operando la sentencia de muerte.
Sin importar quiénes o qué seamos, Dios nos restaura a la posición correcta con Él únicamente por la muerte de Jesucristo. Él no lo hace porque su Hijo aboga por nosotros, sino porque murió. Es algo que no se gana, sino que se acepta. Ninguna súplica o ruego que deliberadamente ignore la cruz de Cristo tiene valor, pues está golpeando en una puerta diferente a la que Jesús ya abrió. Protestamos diciendo: "Pero no quiero acercarme de esa manera, es demasiado humillante ser recibido como pecador". La respuesta de Dios, a través de Pedro, es: "...No hay otro nombre... en que podamos ser salvos", Hch_4:12. La aparente crueldad de Dios es precisamente la expresión real de su corazón. Existe una entrada ilimitada en su camino. "En el tenemos redención por su sangre..." Efe_1:7. Identificarnos con la muerte de Jesucristo significa que debemos morir a todo lo que nunca hizo parte de Él.
Dios es justo al salvar a gente mala, únicamente por el hecho de que la vuelve buena. El Señor no pretende que estamos bien, cuando estamos del todo mal. La expiación de Cristo en la cruz es la propiciación que Dios usa para hacer de los impíos personas santas.