Japón, el imperio del militarismo renace

Esta Navidad, el primer ministro nipón, Shinzo Abe, le ha pedido a Santa Claus un regalo muy belicoso: dos destructores con sistema antimisiles Aegis, 28 cazas F-35 invisibles al radar, tres drones, 52 vehículos anfibios, 17 aviones V-22 Osprey de despegue y aterrizaje vertical y cinco submarinos. Con todos estos «juguetitos», Japón pretende contrarrestar el ascenso de China como superpotencia y la creciente amenaza de Corea del Norte, que en diciembre del año pasado disparó un misil de largo alcance que atravesó sus aguas territoriales y en febrero efectuó su tercer ensayo nuclear.

Anunciadas el martes, dichas compras navideñas forman parte del presupuesto militar previsto entre 2014 y 2019, que acaba con una década de recortes y asciende a 24,7 billones de yenes (174.000 millones de euros). Con respecto a los 23,5 billones de yenes (165.000 millones de euros) gastados entre 2009 y 2014, supone un aumento del 5 por ciento que, una vez contabilizado el ahorro en los costes, se quedaría en el 2,6 por ciento.

Comparado con los gastos militares de China, que en una década se han doblado hasta los 121.000 millones de euros gracias a subidas anuales de dos dígitos, este incremento parece «peccata minuta». Así lo calcula el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (Sipri, en sus siglas en inglés), que sitúa a China como el segundo país que más gasta en defensa, tras Estados Unidos y por delante de Rusia, y a Japón en quinto lugar, entre el Reino Unido y Francia.

Pero el nuevo presupuesto militar nipón supone un cambio de tendencia que pone de manifiesto la tensión creciente en Asia, agudizada durante los últimos meses por la zona defensiva de identificación aérea que China ha establecido sobre las islas Senkaku, o Diaoyu en mandarín, que reclama a Japón. Desde que fue elegido hace un año, el conservador Shinzo Abe ha recuperado su vieja aspiración de relanzar el papel militar de Japón, constreñido por una Constitución pacifista impuesta por EE.UU. al término de la Segunda Guerra Mundial que renuncia a toda acción bélica en el exterior y reduce las tareas del Ejército a defenderse solo en caso de que el país sea atacado.

«¿Podemos proteger las vidas de nuestros ciudadanos y al Estado simplemente ejerciendo el derecho a la autodefensa individual?», se preguntó Abe, cuestionando el artículo 9 de la Constitución, que renuncia expresamente a la guerra y quiere modificar. Argumentando el auge de China y las provocaciones de Corea del Norte, el Partido Liberal Democrático (PLD) de Abe viene abogando durante los últimos años por reformar este punto de la Carta Magna para otorgar a Japón el derecho a la «defensa colectiva», lo que le permitiría ayudar militarmente a un aliado aunque su territorio nacional no se viera atacado. Para ello, el Gobierno necesita una mayoría de dos tercios en ambas cámaras de la Dieta (Parlamento) antes de someter el cambio a un referéndum. Un amplio consenso que, de momento, no ha alcanzado, pero que Abe está intentando sortear redefiniendo las funciones de las Fuerzas de Autodefensa sin cambiar la Constitución.

Además de aumentar su presupuesto, el primer ministro centralizó todo el poder castrense en un Consejo de Seguridad Nacional directamente bajo sus órdenes y promulgó un plan estratégico que define a China como una «preocupación» para Japón por «sus movimientos militares y su falta de transparencia en defensa». Abe, que ya ocupó el poder en 2007, busca con todas estas decisiones acabar con el rol de «gigante económico, pero enano político» que tradicionalmente ha jugado Japón para convertirlo en «un país normal» («futsu no kuni»).

Sacando a relucir las atrocidades cometidas por el Ejército imperial nipón durante la ocupación de China entre 1931 y 1945, el autoritario régimen de Pekín ya ha criticado este aumento del presupuesto militar. «Si Japón quiere ser un 'país normal', debería reconocer sus agresiones históricas», advirtió la agencia estatal Xinhua.

Como explica a ABC Andrew DeWit, profesor de Finanzas Públicas en la Universidad tokiota de Rikkyo, «muchos japoneses se han asustado por la retórica del Gobierno y las acciones de China, y ven apropiado cambiar la Constitución y aumentar los gastos militares, pero el principal problema es que la deuda pública ya supone casi dos veces y media su economía nacional». En su opinión, «Japón se parece a un balón de fútbol en un partido entre China y EE.UU.» y «hay un riesgo de choque militar o de escaramuzas entre Tokio y Pekín por la disputa de estas absurdas islas (Senkaku/Diaoyu)», pero «los norteamericanos ya han dejado claro que no van a luchar por ellas y los empresarios nipones prefieren adaptarse a la nueva hegemonía china en lugar de ser beligerantes». Con el apoyo de la Casa Blanca, Japón aspira a ser el imperio del sol renaciente.
ABC