Interpretación masónica de la palabra Libertad.- Porvenir de la prensa en el reinado de los FrancMasones.- El control de la prensa. Argucias de corresponsales.- Lo que es el progreso para los Francmasones.- Su solidaridad en la prensa moderna.- Exageración de las exigencias sociales.- Infalibilidad del nuevo régimen.
La palabra Libertad, que se puede definir de distintas maneras, nosotros la definiremos así: Libertad es el derecho que cada uno tiene de hacer lo que permite la ley. Tal interpretación de esta palabra en estos tiempos hará que toda la libertad esté en nuestras manos, porque las leyes destruirán o crearán lo que nos agrade, conforme al programa expuesto más arriba.
Con la prensa obraremos de la manera siguiente: ¿Qué papel desempeña la prensa en la actualidad?. Ella sirve para encender las pasiones o mantener el egoísmo de los partidos. La prensa es banal, injusta, aduladora, y los hombres, en su gran mayoría, no comprenden bien para qué sirve. Nosotros la domaremos y la enfrenaremos con fuertes riendas, y otro tanto haremos con las demás obras impresas, porque ¿de qué nos serviría desembarazarnos de la prensa y del periódico si hemos de ser el blanco de los ataques del libro y del folleto?
Transformaremos la publicidad, que bastante caro nos ha costado hasta ahora, censurando los periódicos y convirtiéndolos en una fuente de ingresos para el Estado.
Crearemos un impuesto especial para la prensa. Al fundarse un periódico, o al establecerse una imprenta, exigiremos una participación. Con esta medida quedará garantizado nuestro gobierno de todo ataque por parte de la prensa. En ocasiones, aun sin mérito para ello, impondremos multas.
Estampillas, participaciones y multas producirán un buen ingreso al Estado.
Es verdad que los periódicos de los partidos podrían soportar estas pérdidas pecuniarias, pero los suprimiremos a la segunda vez que nos ataquen. Nadie osará tocar impunemente la aureola de nuestra infalibilidad gubernamental. El pretexto para suprimir un periódico podrá ser, por ejemplo, que el órgano en cuestión agita los ánimos sin razón ni motivo. Fijaos bien, os ruego, en que entre aquellos periódicos que nos atacarán, habrá algunos creados por nosotros mismos; pero éstos dirigirán sus tiros exclusivamente a aquellos puntos en los que nosotros deseamos algún cambio.
Nada se dará a conocer a las sociedades fuera de nuestro control. Ya desde ahora hemos obtenido este resultado por el hecho de que todas las noticias se reciben por nuestras agencias, en las que esas noticias de todo el mundo vienen a centralizarse. Estas agencias entonces serán exclusivamente nuestras y no publicarán sino lo que nosotros les ordenemos.
Si ya desde ahora nos hemos podido adueñar de las inteligencias en las sociedades cristianas, a tal grado que casi todos los hombres ven los acontecimientos mundiales solamente a través de las lentes de color que ponemos delante de los ojos; si desde ahora no hay ya para nosotros cerradura que nos impida apoderarnos de lo que los Gentiles torpemente llaman Secreto de estado, ¿qué será cuando seamos los dueños reconocidos como tales del mundo, en la persona de nuestro rey universal?.
Cualquiera que desee ser editor, librero, bibliotecario, publicista o impresor, tendrá la obligación de obtener un diploma o credencial que, en caso de que su dueño llegara a hacerse reo de cualquier delito, será inmediatamente recogida. Con estas medidas, el instrumento del pensamiento y de las ideas vendrá a ser un medio educativo en manos de nuestro gobierno, que no permitirá a las masas populares fantasear acerca de los beneficios del progreso. ¿Quién de nosotros ignora que estos beneficios ilusorios conducen a absurdos desvaríos?.
Estos desvaríos han dado origen a las relaciones anárquicas de los hombres entre sí y con el poder, porque el progreso ha traído las ideas de toda clase de libertades desenfrenadas-Todos aquellos a quienes damos el nombre de libera les son anarquistas, si no de hecho, a lo menos de pensamiento. Todos y cada uno de ellos van persiguiendo la libertad y caen en la anarquía, protestando por el simple placer de protestar.
Volvamos a la prensa. La abrumaremos, lo mismo que a los demás impresos, con impuestos en sellos o estampillas a tanto por hoja, y con fianzas: los libros que tengan menos de treinta hojas, pagarán doble impuesto. A éstos, los registraremos en la categoría de folletos; por una parte, a fin de reducir el número de revistas, que son el veneno más peligroso, y por otra, porque esta medida obligará a los escritores a producir obras extensas que serán poco leídas, principalmente por su alto precio. Por el contrario, lo que nosotros editemos para el bien moral, dentro de las tendencias que estableceremos, se venderá barato y será leído por todos.
Los impuestos acallarán el vano deseo de escribir, y el temor del castigo someterá a los literatos bajo nuestra autoridad. Si hay personas que intenten escribir contra nosotros, no se encontrará quien quiera imprimir sus obras. Antes de aceptar alguna para su impresión, el editor o impresor tendrá que dirigirse a las autoridades para obtener el permiso respectivo.
De este modo nosotros conoceremos anticipadamente los lazos que se nos tiendan y los destruiremos con las explicaciones previas que hagan el caso. La literatura y el periodismo son dos fuerzas educadoras de la mayor importancia; por esto nuestro gobierno será el propietario del mayor número de periódicos. Por esta misma razón, también, la influencia nociva de la prensa privada será neutralizada y adquiriremos una influencia moral enorme. Si autorizamos diez periódicos privados, fundaremos treinta de los nuestros.
Todos los periódicos editados por nosotros serán aparentemente de tendencias y opiniones las más opuestas, lo que despertará la confianza en ellos y les atraerá a nuestros adversarios sin recelos ; caerán en el lazo y resultarán inofensivos.
Los órganos de carácter oficial estarán en primera línea. Vigilarán siempre nuestros intereses y esta razón hace que su influencia sea casi nula.
En la segunda fila estarán los oficiosos, cuyo papel será atraer a los indiferentes y a los tibios.
En tercera fila colocaremos a nuestra pretendida oposición.
Un órgano, cuando menos, será el antípoda de nuestras ideas. Nuestros contrarios tomarán en este pseudo opositor por un aliado suyo y nos descubrirá su juego. Representarán nuestros periódicos todas las tendencias: las aristocráticas unos, las republicanas otros, igualmente las revolucionarias y aun las anarquistas; pero esto, naturalmente se entiende, mientras esté en vigor la Constitución.
Como el dios Vishnu de cien manos, cada una de ellas acelerará el cambio de la sociedad; esas manos guiarán la opinión en el sentido que convenga a nuestros intereses, porque un hombre que vive en un medio demasiado agitado, pierde la facultad de razonar y se abandona fácilmente a la sugestión. Los imbéciles que creerán repetir la opinión del periódico de su partido, no harán otra cosa que repetir y expresar nuestra opinión o aquello que nos agrade. Se harán la ilusión de seguir las opiniones del periódico de su partido, y en realidad seguirán la bandera que nosotros enarbolaremos para que vayan tras ella.
Para dirigir en este sentido nuestro ejército de periodistas desarrollaremos un cuidado especial en la organización de esta obra. Bajo el nombre de Oficina central de la prensa organizaremos reuniones literarias en las que nuestros agentes, sin dejarlo conocer, darán la palabra de orden y las señales.
Discutiendo y objetando nuestras iniciativas de una manera superficial, y sin llegar al fondo de las cuestiones, nuestros órganos entablarán polémica con los periódicos oficiales para proporcionarnos el medio de hacer declaraciones más francas sobre puntos en los que no hayamos podido ser más explícitos en nuestras primeras declaraciones oficiales.
Estos ataques tendrán, además, otro fin muy importante: nuestros súbditos se creerán con las necesarias garantías para poder hablar libremente y esto, por otra parte, dará a nuestros agentes ocasión para afirmar que los órganos que se declaran contra nosotros no hacen otra cosa que charlar, supuesto que no pueden presentar razones de peso para refutar seriamente nuestras medidas y disposiciones. Estos procedimientos inadvertidos por la opinión pública, pero seguros, nos atraerán seguramente la atención y la confianza del público.
Merced a ellos encenderemos o calmaremos los ánimos en las cuestiones políticas; los persuadiremos o los desconcertaremos publicando unas veces la verdad, otras la mentira; ya confirmando los hechos o rectificándolos, según la impresión que sea necesario provocar en el público, pero siempre tanteando el terreno antes de asentar en él el pie-Venceremos a nuestros adversarios infaliblemente, porque ellos no tendrán a su disposición periódicos en los que puedan emitir sus ideas hasta llegar al fin de una polémica, en virtud de las providencias tomadas por nosotros, de las que ya antes tratamos.
En cambio, nosotros no tendremos necesidad de refutarlos seriamente. En nuestros periódicos oficiales refutaremos enérgicamente los artículos que, como globos exploradores, lanzaremos en nuestros órganos clasificados en la tercera categoría, cuando sea necesario.
Ya desde ahora, en las filas del periodismo francés, por lo menos, existe una solidaridad Francmasónica. Todos los órganos de la prensa están ligados entre sí por el secreto profesional: a semejanza de los antiguos augures, ninguno de sus miembros dejará escapar el secreto de sus conocimientos, a menos que reciba la orden de quien puede dársela.
Ningún periodista se resolverá a traicionar este secreto, porque nadie es admitido a este gremio si no tiene en su vida pasada alguna tacha vergonzosa e infamante; y estas notas infamantes, al punto que se cometa la traición, serían reveladas. Mientras que esas infamias ocultas son el secreto de algunos, la aureola del periodista atrae la opinión de la mayoría del pueblo, que los sigue con entusiasmo.
Nuestros cálculos y proyectos se extienden no sólo a las grandes capitales, sino también a las provincias. Es necesario que también en ellas excitemos esperanzas y aspiraciones opuestas a las que excitemos en la capital, a la que inspiraremos las esperanzas y aspiraciones espontáneas de las provincias. Claro es que la fuente de unas y de otras será siempre la misma, es decir, nosotros.
Mientras no tengamos por completo el poder en nuestras manos, muchas veces tendremos necesidad de que las capitales sean arrolladas por la opinión de las provincias, esto es, de las mayorías manejadas por nuestros agentes.
Es preciso que las capitales, en el momento psicológico, no discutan los acontecimientos por el solo hecho de haberlos aceptado la mayoría de las provincias. Al entrar en el nuevo régimen que preparará nuestro reinado, no podemos admitir que la prensa haga pública la criminalidad: precisa hacer creer que el nuevo régimen tiene a todos de tal manera satisfechos, que aun los crímenes han desaparecido.
Los casos que puedan poner de manifiesto esa criminalidad, quedarán ignorados de todos, si no es de sus víctimas, de sus autores y de los testigos accidentales.