Viajar a Marte no será tan peligroso después de todo. Uno de los principales impedimentos para mandar humanos al planeta rojo eran las dosis de radiación que recibirían durante el viaje de ida y vuelta. A eso habría que sumar más radiación por cada día de estancia en la superficie del planeta, bajo una atmósfera más tenue que la de la Tierra y por tanto más propicia a que los rayos cósmicos y las partículas llegadas del Sol la atraviesen y acaben impactando en los astronautas y aumentando sus posibilidades de sufrir cáncer. Pero no es para tanto. Eso es lo que muestran los datos recogidos por el robot de exploración marciana Curiosity, que lleva casi un año analizando el cráter Gale, cerca del ecuador marciano.
En un estudio publicado en la revista Science, uno de los equipos científicos de Curiosity ha estimado los niveles de radiación que recibirán los astronautas en una misión a Marte. En base a los niveles medidos por el vehículo hasta el momento, concluyen que un astronauta en una misión de 180 días de ida, 500 días de estancia en el planeta y otros 180 días de vuelta acumularía una dosis de 1,01 sieverts. Eso es bastante menos de lo esperado. De hecho puede allanar el camino considerablemente para futuras misiones, sobre todo las privadas, que pueden asumir mayores riesgos de salud para sus tripulantes sin entrar en pesadillas legales o burocráticas.
30 radiografías al día
Para hacerse una idea, la Agencia Espacial Europea tiene un límite actual de radiación para sus astronautas de un sievert, lo que aumenta las posibilidades de sufrir cáncer un 5%. La NASA, sin embargo, limita los riesgos de cáncer a un máximo del 3%. Pero ese límite corresponde a los astronautas que viajan a órbita baja de la Tierra (principalmente a la Estación Espacial Internacional). La propia agencia reconocía hoy en un comunicado que actualmente está analizando junto a la Academia Nacional de Medicina la “ética y los estándares de salud para misiones de exploración espacial de larga duración”.
Los datos de radiación de Curiosity son los más precisos obtenidos hasta el momento en Marte. En un estudio anterior, el mismo equipo, que trabaja en torno al detector de radiación RAD, calculó que sólo el viaje aportaría 0,66 sieverts, lo que parecía poner las cosas difíciles para mantener la misión dentro de los límites de salud aceptables. Pero los datos de la superficie han resultado ser bastante moderados.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que el tiempo en el espacio no es siempre predecible. Por ejemplo, durante las mediciones, tomadas entre agosto de 2012 y julio de 2013, no hubo ni una sola tormenta solar. Así las cosas y según los datos de RAD, en la superficie del cráter Gale se registró un nivel de radiación media diaria de 0,67 milisieverts. La NASA indica que una radiografía de pecho supone 0,02 milisieverts. Dicho de otra manera, las dosis en el lugar en el que está Curiosity equivalen a unas 30 radiografías diarias en ausencia de tormentas.
“Nuestras mediciones aportan una información clave para futuras misiones a Marte”, ha resaltado Don Hassler, líder científico del RAD, en una nota difundida por la NASA. “Por ahora seguimos midiendo los efectos de grandes tormentas solares en la superficie en diferentes momentos del ciclo solar”, ha añadido. Estas medidas no son solo importantes para futuras misiones tripuladas, sino también para estimar las dosis de radiación que recibirían, por ejemplo, los microbios que alguna vez pudieron habitar Marte o que tal vez lo hagan aún. En función de los límites tolerables, se puede estimar, por ejemplo, a qué profundidad bajo la superficie podría florecer una comunidad de microbios.
Este estudio es parte de una serie publicada en la misma revista con nuevos datos del Curiosity. Muchos de ellos ya se habían anticipado, como que la zona explorada tenía agua y hubiera sido habitable para ciertos tipos de microbios. Los nuevos datos abundan en esas conclusiones y muestran, por ejemplo, que en la zona del cráter Gale llamada bahía Yellowknife hubo un lago de agua dulce hace unos 3.600 millones de años. La reserva pudo durar decenas de miles de años y ofreció condiciones perfectas para que floreciese en ella la vida, señalan los estudios.